MIRTA VIDELA

BIOGRAFIA PROFESIONAL DE MIRTA VIDELA.

Lic. Daniela Gastaldi

Licenciada en Psicología. Especialista en psicología perinatal, Profesora, Supervisora clínica, Docente Universitaria y de Posgrado. Conferencista nacional e internacional, directora y docente de Psicología Perinatal Argentina.

BIOGRAFIA PROFESIONAL DE MIRTA VIDELA.

Historia de una pionera y valiente mujer

Porque es fundamental saber de dónde venimos, conocer las luchas descarnadas y los sinsabores que han sorteado valientemente quienes nos preceden en la profesión, para valorar y cuidar lo conseguido hasta el momento, y para continuar una labor tan “tiernamente construida”.

¡Gracias por tanto, Mirta Videla!

Conferencia brindada en el XIII Congreso Argentino de Psicología «Compromiso Social Frente a las Problemáticas Actuales»

Ciudad de Córdoba- 2009

Buenas noches. No me imaginé que me iba a encontrar con tanta gente, estoy muy impresionada. Acabo de llegar de Buenos Aires. Me preguntaban si deseaba que me presentaran, pero como veo que son todos muy jóvenes, prefiero hacerlo yo, pues lo que hablaré hoy ha sido definido por un colega de La Plata, como una ”biografía profesional”.

Cuando los psicólogos llegamos a más de los 70 años y llevamos medio siglo trabajando como tales, tenemos mucho que decir de todo lo que hicimos. Les puedo contar aventuras amores, pasiones, decepciones y dolores profesionales. Quienes pertenecemos a las primeras promociones de psicólogos de las universidades nacionales argentinas, como en este caso de la Universidad Nacional de La Plata, a esta altura de la vida repensamos lo que somos como cualquier sujeto, tratado de recordar de dónde venimos y no cometer la ingratitud de olvidarlo, para poder transmitirles a los jóvenes psicólogos, hacia dónde vamos y cómo se diseña un camino. Decirles de cómo se vive en esta profesión maravillosa en la que llevo tantos años, que me ha dado y le dado tanto, sin claudicar, porque eso significa no tener que agachar la cabeza cada mañana ente el espejo, pues no se dejaron ideales en el cesto de los papeles. Eso es necesario para continuar siendo como nos pensábamos, aquellos que egresamos en el año 62 de nuestra universidad.

A veces cuando viajo me preguntan cómo es que no soy psicoanalista como se autodefinen otros psicólogos. Respondo que solo tengo formación psicoanalítica pero soy psicóloga. Los primeros docentes de las universidad nacional de la Plata no fueron psicoanalistas, sino médicos y sociólogos exiliados, republicanos españoles como Fernanda Monasterio, Juan Cuatrecasas y Emilio Mira y López; de Italia como Gino Germani, mi primer profesor de sociología escapando de Mussolini; austriácos como Marie Langer, militante del partido comunista que se escapó de Hitler y vino con Garma de Bilbao, Racker De Francia y acá Ravskosky de Argentina, fundaron ellos la Asociación Psicoanalítica Argentina en la década el 40.

Los primeros psicólogos tuvimos esos padres docentes, por lo tanto tenemos esos genes cargados de contenidos y mensajes variados, no solo psicoanalíticos. Por eso cada vez que un alumno me dice: “pero la psicología no tiene ideología…el psicoanálisis no fundamenta el que se pueda prevenir… el inconciente no se previene”; yo les digo: lamentablemente esa es una visión limitada de lo que en realidad creen que es la psicología. Pertenezco a una generación de psicólogos, los primeros psicólogos argentinos de las universidades nacionales, que tuvimos formación ideológica, la tenemos todavía y con un profundo compromiso social. Porque como decía el filósofo francés Jean Paul Sartre, “quien no puede tener un compromiso, no vive en libertad y la libertad es precisamente el comprometerse”.

Por eso a esta altura de la vida con mis años, quiero decirles que después de haber escrito mucho, con 18 textos publicados sobre asuntos como maternidad, infancia, divorcio, adopción, menopausia, lactancia, bioética, derechos humanos, tráfico de niños y otros temas; decidí escribir un libro de “psicología política”. Esta línea está representada por un grupo colegas a la que pertenezco, como Juan Carlos Domínguez Lostaló de La Plata, Denise Defey en Uruguay, Ignacio Robles de Costa Rica, Maritza Montero en Venezuela, Patricia Kausel en Colombia, el lamentablemente asesinado Ignacio Martín Baró en El Salvador, Elizabeth Lira en Chile y muchos tantos otros que no renunciamos de nuestra formación básica psicoanalítica recibida en nuestras universidades, pero que ejercemos una acción profesional destinada a otros objetivos. Como decía Ignacio Martín Baró, cuyas ideas le costaron la vida junto a los cinco jesuitas en El Salvador: “es necesario que los psicólogos latinoamericanos pensemos en un marco conceptual, en una estrategia metodológica, que sirva a las necesidades de nuestro continente, que no le de la espalda mirando hacia el Norte”. Porque es necesario que tengamos un compromiso con lo que nos sucede en esta región.

Cuando venía para acá y miraba el Cerro de Las Rosas con todas las casas muy enrejadas, recordaba la Córdoba que conocí antes. Esta ciudad como cualquier otra tan enrejada, quiere decir algo acerca de lo que nos está pasando.

Me preguntaba ¿se habrán interrogado los colegas sobre qué hicimos durante tantos años de psicología en el país a favor o en contra de esto? ¿Qué es nuestro compromiso con esta realidad que padecemos? ¿Con esta palabra violencia que nos atraviesa absolutamente a todos?. Porqué para algunos implica solo su “inseguridad” y ver cómo nos sentimos más seguros; para otros es “violencia doméstica” y la entienden solo como violencia del hombre sobre la mujer, negando la de los niños y sobre los niños, la ejercida contra el hombre o contra los ancianos y discapacitados; para otros implica solamente falta de políticas adecuadas. En realidad la violencia es un monstruo de múltiples cabezas que tenemos la obligación y exigencia como profesionales de la salud mental, de empezar a mirarla desde todas sus aristas para ver qué cosas podemos hacer o que cosas dejar de hacer en estas circunstancias que padecemos.

Como soy una vieja trotamundos, he ocupado todos los cargos que un psicólogo puede ocupar cuando tiene un compromiso social: asesora de aquí, asesora de allá, nunca un cargo de responsabilidad política porque cuando me lo ofrecieron y por el escritorio me pusieron “lo que debía ver y lo que no”, me fui sin dudarlo. He asesorado de alguna manera a aquellos que sí pueden hacer esto de la política, tratando de aportar las ideas que en esa instancia la psicología me permitía ofrecer como disciplina.

En este trotar del mundo lo primero en que trabajé fue en maternidad. Me recibí el 10 de diciembre de 1962, día de los derechos humanos, en la Universidad Nacional de La Plata, y el 1ro de marzo de 1963 Mauricio Knobel, mi profesor de Psicohigiene, me preguntó: Mirta¿quiere venir a dar unas clases a las parteras? Yo respondí ¿las parteras, qué tengo que ver yo con ellas?. Muchos años de psicoterapia me hicieron comprender que esto venía determinado desde mi propia biografía.

Con 22 años no entendía nada de esto, era soltera, no tenía aún hijos, pero era el momento de comenzar a hacer algo, pues por entonces nadie nos dejaba hacer nada. Ingresé en el servicio de maternidad de un hospital municipal Alvear de la ciudad de Buenos Aires, donde solo llevaba conmigo el Test de Apercepción Temática, el de Rorschar, la entrevista clínica planificada y además un susto padre. Entré ahí y comencé a dictar clases a las parteras de relación madre niño. Recuerdo que me estudié el libro de Arminda Aberasturi de memoria. Las parteras que miraban asombradas, de seguro habrán pensado “¿esta ‘pendeja’ psicóloga qué está haciendo acá?”. Ellas no lo sabían, pero yo tampoco.

No sé qué me atrapó se ese lugar, creo que fue la cultura de la crueldad hospitalaria que descubrí. Observaba eso que al principio se llamó iatrogenia, después derechos humanos ultrajados, luego bioética y hoy le llamo un fenómeno pendular institucional entre ternura y violencia, parte de la joven hija de la psicología, la psicología perinatal.

Yo no podía entrar a la sala de parto porque era psicóloga. Además no estaba nombrada. No podía estar en ningún lugar, entonces trabajaba en el baño y el olor me saturaba. No sabía qué hacer y entonces empecé a tomar técnicas proyectivas a las embarazadas. Imaginen embarazadas del hospital que venían del interior, muchas de países limítrofes, qué podía hacer yo para ellas con un test de Rorschar o con un TAT. Nada realmente, pero iba todos los días con muchas ganas y volvía asustada, viajando desde La Plata en tren y después en colectivo para ir al Hospital Alvear en Chacarita. Posiblemente lo que hacía bien, sin saberlo, era escucharlas, tratarlas de usted y con afecto, responder a todas las preguntas que se acallaban en sus bocas frente al sistema medico imperante. Insensible, deshumanizado, hegemónico y omnipotente

Hoy cuando los psicólogos se quejan que no los nombran o que les queda lejos el hospital, pienso en esa verdadera la “excursión a los indios ranqueles” que me hacía para asistir a diario al hospital Alvear desde la ciudad de la Plata. Pero ese esfuerzo del comienzo, ese choque con la dura realidad social hospitalaria, para la que la universidad no me había preparado más que con alguna cierta sensibilidad ideológica, sirvió para revisar una metodología, diseñar una nueva manera de trabajar, empezar a pensar muchas cosas que me han servido en toda la vida profesional.

En el hospital las solteras estaban separadas por salas de las casadas, sin diferenciación a todas se les hacía episiotomía, enema con un litro y medio de agua tibia jabonosa, rasurado pubiano y cesáreas innecesarias “para hacerse la mano”. Además la pareja era un enemigo indeseable que no podía aparecer por ninguna razón en el parto (nacimiento de su hijo). La primera sanción disciplinaria que me aplicaron fue porque me atreví a mostrar un bebé recién nacido a su papá por detrás del vidrio, fuera del horario de visita. Hoy es un derecho humano y está en la constitución de la ciudad de Buenos Aires, gracias a un grupo de militantes en salud – con los que he participado también – que luchamos para que el nacimiento se hiciera con respeto y dignidad.

Este proceso antes era una verdadera violación hacia la mujer, una violencia contra el recién nacido porque quedaba solo en la guardería, donde la madre no estaba y el padre tampoco. La madre quedaba lastimada y herida, y con una exigencia de la ‘liga de la leche’ con esos afiches que detesto, donde la madre es una especie de vaca lechera, que tiene que dar de mamar a fuerza de presión. Esto se basaba por en conceptos de ciertos psicoanalistas como los de Arnaldo Ravskosky, quien decía que las mujeres que tenían cesáreas, que pedían anestesia, y que no daban de mamar, era filicidas. Había un decálogo de su autoría pegado a la entrada de todos los hospitales, de este psicoanalista dogmático contra el deseo de cada madre. Luego nos tocaba a los psicólogos la tarea de borrar en las mujeres, esos sentimientos de culpa con que las agobiaban.

Finalmente nos animamos a decir que el daño no lo hace el dar o no de mamar, sino la culpa con que las mujeres manejan a esos hijos por ser tan censuradas, criticadas, exigidas y normatizadas, sin advertir la función materna en razón de su singularidad. Costaba llegar a entender que cada mujer hace lo que puede, de acuerdo a su historia, su biografía, su sexualidad.

Hemos tardado mucho tiempo, pero en ese momento que yo empezaba, me metí en único lugar que decía “Psi…” (Psicoprofilaxis), y supuse que tenía que entrar. Descubrí que la psicoprofilaxis era una serie de ejercicios absurdos, supuestamente para lograr relajación, un entrenamiento gimnástico para la mujer para el parto, además de enseñarle anatomía y fisiología, aunque ni supiera leer o fuera analfabeta, daba lo mismo. Lamaze, uno de los padres de la psicoprofilaxis, decía “una paciente bien preparada es aquella que callada acepta las normas que le da su médico”…

No me olvido nunca de eso porque muchos años después, en la sociedad de psicoprofilaxis, un obstetra militar me dijo “sos una subversiva de la obstetricia”, creo que sí, que lo era. Hoy me he asumido como subversiva de la obstetricia, porque me resistí, me opuse a todo el abuso de poder que se hacía desde la organización médica, hacia las mujeres, hacia las familias, hacia mujeres pobres. Y además hacia todos los llamados “personal auxiliar”, casi en relación de servidumbre al “orden médico” como diría Jean Clavrel, acertadamente, no al médico en sí.

Entonces, mi segundo alojamiento (después del baño) frente a tanta violencia, fue la ternura con que las parteras y enfermera me dejaran tomar mates en el office donde ellas se reunían. Me hice psicóloga en diálogo con las ellas, cuando descubrí que había en ese grupo un “padecimiento institucional”, que los institucionalistas franceses le darían mas adelante un nombre y apellido. Al mismo tiempo había un silenciamiento de ese padecer. Descubrí las rendijas de las instituciones, que los franceses llaman los intersticios; observé que había cajas negras donde se guardaba todo lo que se silenciaba y no se podía hablar. Las violencias silenciadas de las instituciones materno infantiles eran el asco, la repugnancia, el terror, el miedo a la muerte, la violencia circulante, el abuso de poder, los pactos perversos y todo lo que circula en las relaciones de aquellos profesionales que manipulan el cuerpo y los genitales de una mujer.

A veces en broma digo cosas muy groseras en mi relación con los médicos y las parteras, porque pienso (lo decía el psicoanalista Isaac Luchina) que a veces las interpretaciones o los señalamientos, tienen que ser “quirúrgicos” para lograr efectos positivos. Entonces les digo “ustedes cuando están delante de una mujer con las piernas abiertas, tienen que recordar que es como la vagina de sus propias madres, hijas o hermanas”.

No voy a decirlo porque queda grosero, todo lo que puedo llegar a decirles cada vez que cortan cuando no tienen que hacerlo; cada vez que van a hacer dilatación manual con sus dedos en lugar de esperar; cada vez que hacen una episiotomía apurados porque tienen el partido de tenis. Precisamente porque el parto y el nacimiento son la separación entre dos que estuvieron simbióticamente unidos nueves meses, por eso cada uno de esos dos tiene un tiempo particular que sólo ellos saben, para poder separarse de la mejor manera posible. La medicina (ciertos médicos) es quien hace apresurar, violentar, dañar, vaciar, herir ese sutil y maravilloso vínculo madre bebé. Cuando eso ha sucedido de esa manera cruel y violentada, no nos digan a nosotros que trabajemos con la madre del niño esperando el pacífico y feliz embeleso materno.

Les cuento esto para explicarles porqué me hice psicóloga de verdad, observando la violencia en la obstetricia, en la neonatología y en la pediatría hospitalaria. Ese aprendizaje me permitió revisar una metodología que según mi criterio, nos servía de nada. Porque cada mujer pare como es y cada niño nace como es el vínculo con esa madre.

Aprendí mucho de Florencio Escardó, uno de mis maestros y uno de los padres de la pediatra argentina, creador de la pediatría humanística, el primer sexólogo entre nosotros. Aprendí sexología de él cuando estaba escribiendo mi primer libro, “Maternidad, mito y realidad”. Hablando de la episiotomía me decía: “Mirta, la vulva de una mujer es como una flor que se abre generosa”. Esa manera de decir y describir los genitales de una mujer, era tan diferente a otras formas que uno ha escuchado.

Recuerdo un episodio de los tantos en que he peleado con los tocoginecólogos. Admito que soy peleadora y provocadora con los médicos, no me callo ni me voy a callar hasta el último momento de mi vida, porque he visto que muchas de estos “señalamientos quirúrgicos” han tenido resultado, cuando no nos sometemos al modelo médico hegemónico y no silenciamos lo que debemos hablar. Hay que decir y seguir diciendo y no callando jamás.

La propuesta de este libro, que acaba de salir “Credo por la ternura en tiempos de violencia” la hago con el deseo que mis hijos, mis nietos y ustedes mis colegas, tengan un mundo diferente. Donde no vivamos atravesados por la violencia; la crueldad que es más que la violencia, por el temor sostenido de donde estamos y para que podamos vivir en un mundo donde sea posible el respeto y la vigencia plena de la esfera de lo sentimientos de la intimidad.

Estaba en España buscando libros que no puedo comprar, (porque ahora el precio para los argentinos es imposible) hace tres años y encontré un libro que se llama ‘Diccionario de los sentimientos’, cosa que no sabía que alguien podía escribir, me pareció fascinante. También en Colombia, donde he trabajado mucho en Medellín con el tema de la violencia y la droga, como el de los sicarios, junto a mi colega Patricia Kausel, pionera de estos temas en su país. Allí encontré el libro de Carlos Restrepo “El derecho a la ternura”. El descubrimiento de este libro y del diccionario español de los sentimientos, para mí fue muy importante, porque no se me había ocurrido nada respecto a la ternura, salvo lo que había escrito Ulloa relacionado al tema de la tortura.

Para mí ternura antes era un término vinculado a la cosa blandita, tiernita, de los niñitos y las mamitas o los corderitos, todo en diminutivo. Hasta que descubro en el libro donde Restrepo dice: “la ternura es diferente del amor, porque el amor es un sentimiento posesivo, pasional, por eso decimos ‘mi’ amiga, ‘mi’ amante o ‘mi’ hijo, tiene que ver con el ‘agarre’. La ternura es una forma diferente, porque implica casi un sentimiento de con-tacto, relación en cuidadoso tacto, sin pretensión de agarre ni de posesión, donde se entra en relación de afecto y de respeto con una persona que advierto como otra, diferente de mi”.

Es fundamental este concepto, porque describe ese algo de lo que carecemos, por esta especie de analfabetismo afectivo que padecemos nosotros, la de los sentimientos que se despiertan a partir de relacionarnos con los demás, dándonos cuenta que somos otros, con necesidades y derechos distintos también.

Empecé a pensar en concepto aplicado en todos los órdenes, desde la relación de pareja, cuando vienen a consultar por esas crisis que comienzan cuando salen del enamoramiento, del embeleso, en el que opinaban “es igual a mí, tiene los mismos ideales, nos gusta la misma música…”, hasta que un día sobreviene el crack y resulta que se despiertan y como los perros cuando se desconocen, se muestran los diente, como desconociéndose. Descubren que el que está a su lado es otro, que ronca, que deja las cosas tiradas y que ella no sabe cocinar ni tiene intención de hacerlo. Todo eso que traen a la consulta cuando se rompe el embeleso, esta etapa en la que el otro es lo que yo quiero que sea, según mi deseo, lo construyo según mi deseo. Allí el proceso terapéutico consiste en que esta pareja pueda entender que son distintos de uno frente al espejo, poder ver si en esa diferencia se complementan, si en esa igualdad se suman y si pueden hacer un recontrato nuevo, para seguir viviendo con ese otro con sus características, puede suceder o no.

A la madre le pasa exactamente igual con su bebé, las que han tenido hijos saben cuando el hijo es deseado y esperado por dos. Vienen a la consulta y me dicen: “es buenito, es tranquilo, es nervioso o es inquieto”. Les señalo que no ‘es’, sino que ‘está siendo’, porque el ‘es’ lo petrifica. Por ejemplo si empieza llorar toda la noche, se preguntan qué le pasó entonces al que era buenito?. Se rompe el embeleso idílico, porque se tiene que empezar por aceptar que ese niño es otro, aunque gestado simbióticamente en el útero, es un ser humano diferente a su madre.

La base del reconocimiento de las necesidades básicas en esa etapa, me lo enseñó Florencio Escardó, quien decía “cuando un niño nace ya tiene nueve meses de vida, en la interogestación, el parto no es más que un transmundeo, paso de un mundo a otro de exterogestación, pero ese niño ya está determinado en todo lo que genética y uterinamente le ha pasado”.

Cuando sale, lo único que enseñan a los padres es que o tiene hambre o le duele algo. En general, las abuelas dicen le duele algo, porque si tiene hambre no le pueden satisfacer con sus pechos sin leche (trabajo con abuelas y utilizo esto con ellas). Resulta que lo primero que el ser humano tiene es hambre de oxígeno, pues no sabe respirar por sus pulmones como tampoco dormir en horarios adecuados. Deberá aprender a regular ambas funciones.

Cuando sale del útero, la medicina antes lo separaba de la mamá, ella además lo dejaba en la cunita y decían que no había que levantarlo porque “se criaba mañoso”, o porque “le tomaba el tiempo”. Pero con eso lo carenciábamos del estímulo más importante que tiene el ser humano para continuar su vida, que es el de la piel. Allí están los filetes nerviosos y los capilares sanguíneos, fundamental estímulo del sistema cardiovascular, que nos permite respirar, que estimula el vivir.

De manera que un niño que no es tocado, no es acariciado, no es sostenido por la madre o el padre, es sujeto posible de padecer muerte súbita. La muerte súbita no sucede porque sí, tiene que ver con la calidad del vínculo que se establece con esa madre. Y la posibilidad de que esa madre decodifique las necesidades básicas del recién nacido, el hambre de oxígeno, el hambre de sostén porque la gravedad lo hace sentir que cae y hay que contenerlo, por eso tiene el reflejo de Moro (sobresalto ante la ingravidez). La madre deberá percibir que no regula la temperatura o puede ser que tenga hambre. Todas son necesidades del recién parido a decodificarse, decodificación que depende de que esa madre entienda que ese niño no es ella sino un otro, por ejemplo que si ella tiene frío, ese niño puede no necesariamente también sentir frío.

El bebé tiene características y necesidades propias, para conocerlas hace falta intimidad entre mamá, bebé y presencia protectora del padre. A veces las mujeres están solas sin pareja y el núcleo familiar como “coro de ángeles” femenino, generalmente están dando indicaciones abrumadoras, no los dejen en paz para que se conozcan y establezcan la relación de intimidad y ternura, necesarias en el comienzo fundante de este vínculo amoroso.

El niño pequeño posee necesidad de contactar, que no es presión, que no es agarre, sino reconocimiento del otro diferente. Esto que describí en la pareja, en la relación con los hijos dura toda la vida.

Hace poco vino una pareja a consultarme porque el nene no hablaba, tenía dos años y medio y no decía nada, típico hijo de “padres traductores”. Sabemos que al niño hay que hablarle para que hable, que la mejor manera de atender a un chico, la garantía de un buen vínculo con un hijo, es ponerse en el lugar de él y tratar de entender lo que le pasa. Esta pequeñito había nacido con un defecto en los piecitos y lo tuvieron que enyesar a los 20 días, por lo que los padres lo tenían en la cama durmiendo con ellos. Me consultan porque la mamá llora mucho, está muy deprimida. Les pido que me cuenten cómo transcurre la noche: el nene con el yeso está en el medio, ellos alrededor y la mamá con el chupete en su mano, apenas el hijo suspira, le pone el chupete. De tal suerte que la pobre está toda la noche poniendo el chupete. No accede a entender que el chiquito está incómodo y suspira porque quiere estirarse y no lo logra como lo haría si estuviese en su camita.

La mamá no puede pensar en las necesidades de su hijo, si no solo en sus propios temores, mucho menos en la necesidad de la pareja. La pediatra que los atiende, hace poco les dijo “el nene tiene que estar hasta los 6 meses en el cuarto”. Yo le dije que le dijeran que 6 meses en una pareja que ha tenido un hijo, durmiendo con él en el medio, no es buena garantía de estabilidad vincular.

De eso se trata la ternura, poder reconocer que hay necesidades en los otros, que necesitamos conocer, para poder establecer un vínculo de mutuo respeto y reconocimiento, lo cual empieza en la relación madre-hijo; padres-hijos. Se continúa en la pareja, educación, la escuelay todas las instituciones, incluidas las políticas.

En esto mi mejor maestro ha sido Paulo Freire, aunque me tocó cursar mi escuela en una época no existía; después en la universidad hubo una época en que estaba prohibido. Leerlo por primera vez fue sentirme amiga de Paulo. Hace poco una amiga me comenta “qué lindo tu marido que está en tu página”. Como hoy no tengo marido, le pegunto cuál. Me responde “ese de barba”. Le aclaro que es Paulo Freire y qué ojalá hubiera sido mi marido. (risas).

Paulo, también como Escardó, era un hombre seductor, tanto que decía:” yo no leí a Freud pero las mujeres dicen que a veces conmigo establecen una relación como si fuera el papá”. Bueno yo me casé con un profesor de mi facultad, así que soy vieja adicta a esas relaciones que llamamos “edípicas”.

Aprendí de Paulo Freire algo que apliqué a la revisión de la metodología de la psicoprofilaxis obstétrica, que llamé “preparación integral para la maternidad” cambiando el ‘psi’ que me había atraído al principio. Porque fue un modelo regulador del comportamiento de las mujeres, como si el parto se pudiera modelar a gusto y parecer del equipo médico. El parto, como decía José Bleger, es un comportamiento humano como cualquiera y la mujer va a parir como ella es. Entonces, lo que tengo que hacer primero es conocer a esa mujer, respetarla, acompañarla en ese, su proceso del gestar, parir, lactar y criar

Para eso, igual que como hacía Freire con su marco teórico de ‘Educación para la libertad’, y ‘Pedagogía de la liberación’, cambiamos el sistema de enseñarle a las mujeres cómo tenían que querer, amar, hacer el amor, parir, lactar, por escucharlas y poder saber qué es lo que ellas saben y desean al respecto. Este modelo grupal lo tomé de Pichón Riviere, de los grupos operativos, con el marco teórico de Paulo Freire. No encontré en mi disciplina ningún desarrollo teórico que me permitiera concretarlo.

Marie Langer, que además de ser mi maestra fue mi analista, era psicoanalista y trabajaba con las profesionales embarazadas de la Asociación Psicoanalítica, yo trabajaba en el hospital, con otra población, en otras circunstancias. Supervisamos nuestra tarea con ella las tres psicólogas pioneras en Psicología Perinatal, Nélida Villafañe, Hilda Shupak y yo.

De Freire aprendí lo que es escuchar antes que hablar, respetar el comportamiento del otro sin creer que lo voy a modelar, que le voy a recetar cómo hacer sus cosas. Ese es el contenido de todos esos libros modeladores que vienen del continente norte, indicando cómo hacer el amor, cómo dar de mamar. Ese “cómo” no existe, porque el ‘como’ es el de cada uno, cada sujeto.

A veces les reitero a los ginecólogos que ante una mujer o una pareja que viene padeciendo esterilidad, pérdida de embarazos, como abortos a repetición, no pueden responderles dando recetas o fórmulas iguales para todos, intentado así modificarlo. Porque es el cuerpo historizado de una pareja, de un hombre o de una mujer, quien dice no, por algo dice ese ‘no’ a la gestación y al hijo posible.

El cuerpo humano no es un organismo biológico de la especie humana, como decía Françoise Doltó es un cuerpo atravesado por su biografía. Si como médico no puede abordar la biografía el sujeto, tengo necesidad de un psicólogo al lado, para atender la interconsulta, o para entender qué dice ese cuerpo. Ese es el ejercicio de la transdisciplina.

Es una discusión en este momento, en el ámbito de los ginecólogos de las empresas de salud, los temas de fertilidad que han hecho un negocio fantástico, por eso no sale la ley que se apruebe en las obras sociales y en los hospitales, en un país donde paradojálmente no existe carencia de procreación, sino lo contrario. Lo que si tenemos es carencia de alimentación y de educación para todos. Pero a veces importamos metodologías cuando están al servicio de intereses mercantilistas y no a necesidades sentidas por nosotros.

La ternura en la educación es claridad que necesitamos para superar la “educación bancaria” descripta por Freire, en lugar de trabajar con auténticos intereses de niños y poblaciones, pero no hay conciencia compartida de estas ideas en el país, sino intenciones, experiencias. Por eso obviamente estamos como estamos en materia educativa en Argentina.

La ternura y la violencia son aplicables además al tema de la salud. He cuestionado el modelo médico hegemónico descrito por Eduardo Menéndez, para quienes no lo conocen es un antropólogo médico exiliado en México muchos años, que hizo la crítica de la medicina tradicional y ha escrito muchos libros y lo tengo muy presente en este tema, lo valoro y lo respeto muchísimo. Acaba de ser nombrado Doctor Honoris Causa en Italia y México. En realidad, he padecido al modelo médico hegemónico, como también he padecido el modelo psicológico hegemónico, por sobrellevar críticas y enfrentamientos con mis colegas, quienes suponen que nuestro objetivo es la asistencia individual de los pacientes con patología mental, porque esa es la limitada formación que siguen dando nuestras universidades con modelo europeizante.

De esta realidad se deduce que hay mucho por hacer en el campo de la salud, que no necesitamos asimilarnos al modelo médico hegemónico, sino crear un modelo propio, latinoamericano, descolonizado y en sintonía con nuestra realidad, nuestra historia y nuestras verdaderas necesidades. Modelo donde la prevención y la psicología comunitaria no sean malas palabras, sino que exista y sea reconocida como necesaria.

No sé si me animé a bajarme o me bajaron de un hondazo, del cetro del poder del curar e iluminar. Lo pueden hacer otros si asumen el compromiso de estar allí donde hace falta que estemos, porque podemos escuchar la demanda de quienes nos necesitan y dejar de ejercer nuestro afán colonizador del que fuimos víctimas históricas.

Hace poco di una conferencia en la sociedad de psicodrama y psicoterapia de grupo, muy linda realmente, y me preguntaron porqué en este libro, aparte de dedicárselo a los colegas, se lo dedicaba a los militantes sociales sin partido. Dije “porque creo que acá hay una violencia ejercida sobre los sujetos sociales excluídos. Que están en la situación de no tener nada”.

Me indigno cuando veo los sangrientos noticieros de la televisión argentina, que intoxican cada día con un asesinato, un secuestro, salpicando sangre y violencia a los chicos, que no ven más que esto y todo el día hablando exactamente de lo mismo.

He trabajado en programas de derechos humanos en barrios marginales de la provincia de Buenos Aires, también desde el Consejo Nacional del Menor en Ciudad Oculta. Colaboro en este momento en Villa Soldatti ayudando al movimiento piquetero Teresa Rodríguez Dignidad. Les digo que soy subversiva al abuso del poder corrupto imperante y estoy absolutamente orgullosa de estar apoyándolos, haciendo guarderías, comedores comunitarios, agentes populares de salud, plan de alfabetización y bachilleratos populares.

Durante esta conferencia me preguntaron ¿No tenés miedo?. Les respondí “más miedo tengo de vivir en un país donde mis hijos y nietos vivan rodeados de la miseria que padecemos y que cada vez la diferencia social sea más grande, que cada vez la injusticia sea mayor como la sordera de los políticos y que la corrupción siga avanzando, a eso le tengo mucho miedo y además sentiría vergüenza de no haber hecho nunca nada”.

Junto con otra gente de Latinoamérica estamos trabajando en Psicología Política para la Liberación, porque creemos que es así como le llamaba Ignacio Martín Baró. No es la política de los partidos argentinos, sino política como la intención de cambiar el mundo para que sea mejor. Entonces, si la psicología sirve para que esto pueda suceder, yo me juego a llamarle así, aunque reciba críticas o cuestionamientos, ya que en realidad con los años que tengo y que llevo trabajando, críticas y elogios uno ha recibido siempre y las va a seguir recibiendo.

Los movimientos sociales piqueteros son para mí casi un movimiento de ternura. Porque es la espontaneidad de gente que no tenía nada que salió a hacer algo para otros que tienen aún menos o en su misma circunstancia. Por supuesto que ustedes van a decir que hay distintos grupos de piqueteros y es verdad. Pero yo sentada en mi escritorio y asustada por lo que pasa, me voy a morir antes; haciendo algo como ya he hecho, quizá pueda sentirme mucho mejor con el mundo que me ha tocado vivir.

En realidad les digo que si la ternura como sentimiento y reconocimiento de las diferencias entre nosotros y las necesidades de cada uno, se extendiera a la Cámara de Senadores, a la Cámara de Diputados, a la Corte y todos los juzgados, seguramente viviríamos mucho mejor.

Se los dice una vieja psicóloga que ha trabajado en los juzgados de menores, en La Suprema Corte, en el Consejo Nacional del menor, en el Ministerio del Interior, en la Universidad Nacional de Bs. As., en minoridad y familia de San Luis, con buena y mala experiencia con los Rodríguez Saá, como muchos lugares más, porque en realidad creo que vivimos en un avasallamiento tal, en una sordera tal en este momento, que si nosotros somos los ejecutores o los que preservamos o que estimulamos la salud mental, bastaría solo que hiciéramos algo para que la gente se escuchara y se respetara más.

Así puedo decirles lo que pasa con “el paco”, he trabajado ahí donde circula este veneno, conozco lo que pasa y puedo hablarles de las ‘paquerías’ de la provincia de Buenos Aires, decirles que esta droga destruye la corteza cerebral y destruye la posibilidad de la emociones o los sentimientos. Por eso esos jóvenes matan como matan, con absoluta crueldad y ensañamiento. Pero no basta con la explicación solamente, sino con el esfuerzo social y mancomunado de los profesionales de la salud mental como algunos muy jugados. Por ahí atrás en esta sala estaba Alicia Torres, vieja colega, no sé si se fue ya, quien como mucha gente que en este país, ha hecho bastante para que no vivamos más en la violencia del no tener nada, inclusive esperanzas.

La violencia no es solo lo que nos muestra la televisión. La violencia es no tener ilusiones ni sueños, es que nos hayan destruido todo proyecto los ejecutores del terrorismo de estado y el terrorismo económico que vino después, como los gobiernos Light y los “ni” que seguimos teniendo.

Nos hace falta lograr conciencia de todo lo que no carecemos, para ver cómo hacemos para aliviar este sufrimiento, de del que no trabaja, el que no sabe si va a perder el trabajo mañana, el que le pagan con becas, el que le pagan con contratos basuras y que no tienen ninguna posibilidad de protección social.

La salud nacional es producto de que no hay un sistema de seguro nacional y que los ricos van a los seguros prepagos y que los otros vayan a los hospitales públicos, los que están en el medio en el sindicato de las obras sociales, en manos de los sindicalistas mafiosos.

Entonces colegas, esta es la realidad del no tener, del no ser, del no poder. Esta es la violencia cruel que nos atraviesa y mientras más diferencias existan entre nosotros, mientras más abismos generen las políticas a los que no tienen y los que tienen, vamos a seguir teniendo violencia y mucha más crueldad. Seguramente, porque la tercera guerra mundial perdida, es la de desigualdad social, la de pobreza, la de injusticia y el maldito narcotráfico, la que nos vence en este momento.

Por eso la propuesta que les traigo, como vieja psicóloga y colega de ustedes, es lo que se llama “credo”, porque credo para mí es una evocación, una convocatoria a creer que como sudamericanos, como profesionales de la salud en este continente y en este país, tenemos que ser capaces de no seguir siendo despojados nunca más. De poder crear y creer ‘para’ nosotros y ‘por’ nosotros. De crear y creer, uniéndonos y no separándonos, hasta romper este individualismo feroz, más dañino que el tsunami y el calentamiento global juntos. Es mi deseo, por eso se los dejo. Muchas gracias.

LIC. MIRTA VIDELA

Lic. En Psicología. Pionera de la Psicología Perinatal en Argentina, Latinoamérica y España.

Con más de 60 años de profesión, continúa trabajando fuerte y apasionadamente, escribiendo libros, realizando docencia para profesionales, brindando atención clínica y supervisiones.   

Correo: mirtavidela40@gmail.com

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